domingo, 28 de septiembre de 2008

LA ESTÉTICA

Denis Huisman

Introducción

"La Estética nació, un buen día, a partir de una observación y de una necesidad de Filosofía"', decía Paul Valéry. Junto a la Ética y a la Lógica, ella forma la tríada de esas "ciencias normativas" de las que hablaba Wundt, uno de esos conjuntos de reglas que se imponen en la vida del espíritu. Podría decirse que a las reglas de la acción y de la ciencia, a las leyes del Bien y de la Verdad, a los códigos de la conducta y del razonamiento corresponden, concepto por concepto, estas tres pretensiones de la Estética: las reglas del Arte, las leyes de lo Bello, el código del Gusto. De hecho, sería más apropiado repetir con Hegel: "La Filosofía del Arte constituye un eslabón necesario en el conjunto de la filosofía".

Pero podemos preguntamos, en términos más precisos, ¿qué es la Estética? En un primer significado -que, por otro lado, es su significado primero-, la Filosofía del Arte designa originalmente la SENSIBILIDAD (etimológicamente aisthésis quiere decir en griego sensibilidad) con el doble sentido de conocimiento sensible (percepción) y de aspecto sensible de nuestra afectividad. Es, teniendo presente este punto de vista, que Paul Valéry podía aseverar: "La estética, esto es, la ESTÉTICA" En un segundo significado, mucho más actual, designa "cualquier reflexión filosófica sobre el Arte". Es decir, que el contenido y el método de la Estética dependerán de la manera según la cual sea definido el arte. La clarificación de este concepto será el objetivo de varios capítulos del libro (del I al IV), siguiendo de entrada un orden cronológico, para pasar después a un orden lógico.

Más adelante habrá llegado el momento de plantear la psicología del hombre que se sitúa frente al Arte (V), o la sociología humana en relación a la belleza (VI); posteriormente, intentaremos retomar el análisis del Arte en relación a los demás valores (VII), o a través de sus distintas especificaciones (VII); acabaremos con algunas notas sobre el método de la Estética, en las que intentaremos determinar con el máximo rigor ese dominio suyo tan escurridizo, allá en los confines de la ciencia, de la crítica y de la historia (IX).

No hay que buscar en estos diversos capítulos una suerte de alegato pro domo, en defensa y en ilustración de la estética. Nadie puede estar más convencido como lo está el propio autor de la preeminencia del contenido sobre el continente. Por encima de la Filosofía del Arte sólo se encuentra el propio Arte.

PARTE PRIMERA

Las etapas de la estética

En términos generales, se pueden distinguir tres fases en la historia de la Estética: la edad dogmática, que fue la etapa de los primeros balbuceos y que como tal época infantil duró desde Sócrates hasta Baumgarten, o en todo caso hasta Montaigne. Se fue desarrollando de esta manera hasta que la Estética, debidamente bautizada por su padrino, atravesó después una edad crítica que la condujo desde Kant hasta los post-kantianos.

Maduró deprisa, gracias a la aparición de una media docena de sistemas y, en menos de cien años (1750-1850), la vemos ya llegar a su Edad adulta, formal y pausada. Esa será la Edad positiva, en la que padecerá una "crisis de crecimiento", sorprendente en una persona de tan avanzada edad. Con la llegada de los partidarios de una ciencia del arte exclusivamente técnica, la Filosofía de lo Bello podría haber desaparecido. Pero finalmente no sucedió nada; al conseguir superar esa "inflexión de la edad", la época actual se inscribe como una prolongación de aquella Edad positiva y la Estética contemporánea, lejos de haber entrado en decadencia, está en absoluta plenitud.

Capítulo I

El platonismo o la época dogmática

Si se tuviera que bosquejar, según la manera cartesiana, ese árbol de la Filosofía -del Arte- tal y como lo concibió el autor de los Principios de la Filosofía en un célebre Prefacio, tendríamos que, en el origen de toda Estética, estaría enraizado el Platonismo. De hecho, sin necesidad de remontamos al diluvio universal, simbolizado con el pensamiento oriental, sin tener que ir a excavar aquellos trilobites occidentales, como pueden ser los Siete Sabios, o más concretamente Heráclito, o incluso Hesíodo, los tres filósofos griegos más importantes constituyen el fundamento primero de la Estética: Sócrates, Platón y Aristóteles. Ahora bien, aquí Sócrates desempeñará el papel de precursor y Aristóteles el de sucesor del Dios tutelar de la Belleza: Platón. De la misma manera, consideraremos aquí que Plotino o San Agustín no desempeñaron propiamente un papel como teóricos de la Estética, más que en la medida en la que se refirieron al pensamiento platónico; hasta la época del Renacimiento, inclusive, cualquier reflexión sobre el Arte se articulará a partir de Platón. Más adelante, del árbol veremos surgir majestuosamente el tronco kantiano, casi tan imponente como sus ramas principales: Hegel, Schelling o Schopenhauer serán mucho más platónicos de lo que ellos mismos se considerarán. Finalmente, veremos ir apareciendo los brotes más recientes.

Digamos de entrada que a partir de Sócrates, entendido como un precursor, se inicia una etapa esencial de la Estética: un purista podría reprocharnos que expresiones como METAFÍSICA, o ESTÉTICA, se pueden fechar sólo a partir de tres o veintitrés siglos después de Platón, respectivamente. Sin embargo, merced a un voluntario anacronismo, nos consideraremos debidamente autorizados a utilizar de manera impropia dichos términos. Por lo demás, no es nuestra intención elaborar aquí un ensayo histórico. Todo ha sido ya dicho sobre Platón y sobre los diferentes artes de su época: Pierre-Maxime Schuhl le ha dedicado una tesis y numerosos escritos muy remarcables.

Sócrates (470-399).- Cuenta Jenofonte en Los Memorables y en su Banquete cómo Sòcrates enseñaba a Parrhasios el Pintor y al escultor Cliton la mejor manera de reproducir aquellos elementos más amables del modelo, traduciendo mediante la gestualidad la verdadera belleza del alma. Es bajo la envoltura del cuerpo donde habrá que saber encontrar la belleza esencial del alma. De la misma forma, Platón, en el Fedón, afirmará Σωμα σημα ("el cuerpo es una tumba").

Pero esas observaciones de Sócrates, y con más razón las contribuciones de los presocráticos, no dejan de ser fragmentarias; ese principio basado en un alma irradiante, toda ella plena de belleza sobrenatural, se encuentra en la base del sistema platónico; no intentaremos aquí desbrozar lo que hay de socrático en el platonismo. Es más que probable que todo eso haya sido ya pensado por el discípulo y haya sido ampliamente superado. Bastará sólo referirse al Fedón (100, E) para hacerse cargo de la distancia que separa ambas obras: en el origen de toda belleza, dirá Platón, debe haber "una belleza primigenia que debido a su propia presencia transforma en bellas las cosas que nosotros denominamos bellas, sea cual sea el modo en que sea hecha esa afirmación". Es más: incluso se ha podido llegar a decir que la Estética nació el día en el que Sócrates fue capaz de responder a Hippias (en el Hippias Mayor) que lo Bello no es una característica particular de miles y miles de objetos; no hay duda alguna de que los hombres, los caballos, los vestidos, la virgen o la lira son cosas bellas; pero más allá de todo eso, existe la Belleza en sí misma. Sócrates responderá al joven Teeteto que la ciencia no reside en la Astronomía, ni en la Geometría, ni en la Aritmética, que la ciencia consiste en algo más y mejor que todos esos conocimientos parciales. De la misma manera, lo Bello no puede meramente reducirse a ningún objeto simple, ni tampoco a veinte cosas concretas. En este punto preciso nos encontramos muy cerca de la piedra angular de la tesis platónica: los que parecen insinuarse en este fragmento, prácticamente constituyen los prolegómenos a toda estética futura. Pero Sócrates ya no dice más.

I. El Platonismo

1. Platón (427-347) y la dialéctica platónica.- Sigamos la guía que el propio Platón nos indica: de las obras de esa tríada extraordinaria, solamente El Banquete (el platónico y no el de Jenofonte) se impone como la única provista de una especie de iniciación a la Belleza a través del Amor. Es sólo mediante la ascesis dialéctica hacia la idea de lo Bello como podremos ser conducidos a ese amor platónico, único garante de la belleza ideal, por la gracia de ese "cuento de una buena mujer”, como decía Alan. El Fedón y el Fedro corroboran esa experiencia del Convivium.

Veamos aquí la receta: para saber lo que es verdaderamente bello en esta tierra, de entrada hace falta quedarse mentalmente en blanco y limpiar el espíritu de todo lo que pueda contener de inexacto o insuficiente. Es preciso pues hacer abstracción de todos los errores previos e intentar encontrar nuestra inicial ingenuidad. Ese será precisamente el objeto de la protreptica, al suprimir los obstáculos del conocimiento verdadero.

Es sabido que El Banquete reúne a diferentes invitados, los cuales deben hacer todos un elogio del Amor en términos poéticos y floridos. Sócrates habla en último lugar y nos cuenta la historia de una sacerdotisa que lleva por nombre Diótima, quien le explica que el Amor es contradictorio: constituido a la vez por el deseo de aquello que no se tiene y por las ganas de poder ser aquello que no se es, el amor frustrado permanece lleno de esperanza; el amor moribundo renacerá de sus propias cenizas.

Hijo de Poros y de Penia -del Recurso y de la Pobreza- el amor es sutil, astuto y sagaz, pero pobre y despojado, incluso de la inteligencia. Pobre en experiencias, rico en posibilidades, deseoso de completar su naturaleza y su forma, el amor está ante todo ansioso por aprender y por poseer. Sólo el amor será capaz de hacemos alcanzar, mediante la superación de nosotros mismos, todo aquello que es eterno y divino. El Amor es una inspiración infinita hacia un más allá que lo transfigura.

El Amor, tal y como se manifiesta, nos suministra la posibilidad de aprehender la belleza ideal. Pero la ascesis mediante la cual conseguir eso no es en absoluto fácil. Es preciso de entrada dejarse dominar por la idea de que entre los dos términos –el sujeto amante y el objeto amado, la proximidad de lo individual y el gusto por lo universal- hay sitio para un tertium quid que supera a los otros dos.

Llegamos así al primer escalón: el iniciado intentará amar un cuerpo bello, inspirándose después en ese amor para llegar a amar a TODOS los demás cuerpos bellos. A continuación el amante se dará cuenta de la inanidad de un amor por las simples formas sensibles y se sentirá atraído por el alma de aquél a quien ama. Y, viendo lo poco que contaba la cáscara corporal, comprenderá que es preciso elevarse por encima de las formas sensibles para conseguir alcanzar la belleza de los menesteres del alma (έπιτηδενματα), es decir, de la conducta humana. Pero eso no será nada: el amor por las máximas morales se verá él mismo superado por el surgimiento de un gusto por la moralidad absoluta.

Y, rápidamente, nuestro iniciado observará el abismo que separa la moralidad del conocimiento. Helo ahí lanzado sin aliento en una búsqueda de conocimientos diversos, recorriendo la bella variedad de su contenido.

De esta manera seguirá buscando la unidad en la diversidad y no podrá encontrar la belleza fuera del universo del conocimiento, fuera de la propia ciencia; helo ahí como desencarnado o DESINDIVIDUALIZADO tal como dijo Robin; no puede llegar a hacerse mayor esfuerzo para poder dar el último toque a esta PURIFICACIÓN.Y sin embargo, el amante de la Ciencia no ha conseguido llegar a la culminación de su iniciación.

Hasta aquí no ha habido más que una propedéutica, que ha permitido al sujeto llegar al punto desde el que deberá empezar la iniciación. El último eslabón sólo aparecerá como resultado de un desvelamiento: el misterio se aclarará finalmente, iluminado por el amante que ha sabido esperar hasta este momento.

Será precisamente a partir de aquí cuando se alcanzará la visión de lo Bello absoluto, en sí y por sí, universal y transcendente. En este punto conseguiremos acercamos al modelo de los modelos, a la Idea de las ideas. Porque es sólo a partir de lo Bello por lo que todo aquello que es bello lo es efectivamente, y es en función de esta Idea, en la que se resume la realidad suprema, que los artistas podrán representar sus individualidades con parcialidad y de manera incompleta, tan pobres de contenido real frente a la infinitud de posibilidades. Es a partir de ahí de donde pensamos que debe empezar todo y, a la vez, es ahí donde todo debe culminar: es el origen y el fin de lo sensible, lo absoluto.

Así pues, la ascensión hacia la idea de lo Bello ha podido producirse gracias a una especie de dicotomía:

Podemos establecer cuatro etapas claramente diferenciadas: el amor de las formas sensibles, el de las almas, la adquisición de la ciencia y la consecución del ideal. O, si se prefiere, las cuatro figuras de la belleza serán las siguientes: las de la belleza corporal, moral, intelectual y absoluta.

Sin embargo, para entender mejor esta jerarquía simbólica no habrá nada mejor que el espléndido mito del Fedro, en el que podemos ver a las almas ascender a lo más alto en su aproximación hacia la Belleza absoluta. Ahora bien, estas almas constituyen una especie de carros alados en los que cada una de ellas dispone de un cochero (el Nονζ) y de dos mensajeros (Θνμοζ έηιΘνμία), que luchan y se abalanzan impetuosamente uno sobre el otro. El espíritu puro (νομζ) aspira a elevarse a lo más alto del conocimiento ideal; los caballos rebeldes aspiran a quedarse sobre el nivel del suelo. Esta es la causa por la que la ascensión hacia lo Bello en sí será dificultosa. Únicamente los futuros Filósofos serán capaces de participar de estos momentos previos a la realidad inteligible. Los demás no verán nada o casi nada. Es sabido que, más tarde, durante su existencia terrena, los filósofos y los demás seres humanos sólo podrán conocer algo por medio de la vía de la reminiscencia. Buscarán la manera de acordarse de la experiencia de su vida anterior, pero el conocimiento de lo Bello inteligible no les será dado más que de esa forma.

Pero, de todas maneras, quizás pueda hacerse una representación más detallada todavía de ese universo de las Ideas y que configura el nudo central del pensamiento platónico: esta representación podría ser una especie de PIRÁMIDE(a semejanza de aquel sistema consular inventado por Sieyès a petición de Bonaparte). En la base situaríamos las cosas sensibles que se dan bajo una apariencia externa. Por encima de éstas, tendríamos los conocimientos inteligibles que corresponden a las nociones más materiales. O bien, si se prefiere, en la parte baja de la escala piramidal situaríamos los cuerpos en su apariencia grosera primitiva. Después las acciones, las conductas, los hechos y los gestos, en lo que éstos representan de más elevado respecto al mero cuerpo. Seguidamente encontraríamos las almas reales, seguidas de cerca por las esencias de los cuerpos y después por las esencias de las propias almas y por las de las acciones.

Por encima de esas esencias habría los conocimientos puros, teóricos, intelectuales, desligados de todo contexto propiamente moral. Finalmente, surgirían las formas coronadas por las Ideas cardinales, aquellas que los modernos denominaron como los valores. De esta forma, habríamos situado las tres Ideas de lo Bello, del Bien y de lo Verdadero, las cuales configurarían algo parecido a una especie de culminación de todos los conocimientos previos.

2. Lo Bello-en-sí.- Una simple ojeada a un cuadro como el descrito permite plantear una pregunta esencial: ¿es lo Bello en sí una idea absoluta, de tal forma que no pueda existir ninguna otra idea que pueda ser anterior o ulterior a ella, o que alguna noción pueda serle preexistente o ser su fundamento previo? Referente a este tema, nos parece clarificador el siguiente pasaje del Fedón:

"Si existe otro concepto de lo bello fuera de lo bello en sí, no puede ser bello más que en razón de su participación en aquél. Yo no soy capaz de comprender estos razonamientos inteligentes ni puedo entenderlos. Y si alguien me explica cuales son las razones por las que una cosa es bella, esto es, porque tiene un color espléndido o una presencia determinada o alguna cosa parecida, yo no puedo entrar en una discusión como esa, ya que todo eso me provoca confusión. Todo es mucho más simple, desde mi ingenuidad yo comprendo que nada puede hacer que algo sea bello, salvo la propia presencia y la participación de lo bello…”, a lo que Sócrates añade: "Lo Bello se convierte en bello mediante lo Bello".

Una vez establecido y admitido que la Belleza suprema se confunde con el Bien supremo –ya que “es imposible que, divisando lo Bello, se alcance algo que no sea el Bien”- ¿cuál será entonces, concretamente, la idea que podamos hacernos de lo Bello en sí?

Podemos ser capaces de imaginar, en última instancia, cuál podría ser el parangón del cuerpo PERFECTO, entre el Apolo de Belvedere y algún Moisés del tipo de los de Miguel Ángel, a mitad de camino entre Praxíteles y Rafael. Nos podemos intentar representar la hazaña mejor culminada que se haya podido conseguir en el mundo, un décimo tercer trabajo de Hércules, o algún hecho insigne, teniendo como punto de referencia a Cincinnatus o al héroe cornelliano. En el límite de lo extremo, se podría intentar concebir lo que sería un modelo de conocimiento puro situado a la misma distancia del Álgebra y de la Ontología, junto a alguna axiomática de Hilbert o al mismo nivel que la logística. Pero, ¿quién puede jactarse de conocer lo Absoluto? Pecaríamos de vanidosos si buscáramos el modelo de Héroe, de Santo o de Sabio: pero, ¡qué extremo orgullo no puede haber en el querer hacerse una imagen de Dios! Y es que la idea de lo Bello en sí se confunde exactamente con la de esa imagen divina.

3. El Éxtasis o el amor platónico.- Nada nos permite comprender mejor esta fusión como el celebérrimo texto del Banquete en el que Diótima revela, a un Sócrates deslumbrado, cuál será aquel estado único, esa actitud estática que consigue alcanzar el Amante ideal:

"Aquél que, en los misterios de amor, ha avanzado hasta el punto en el que ahora nos encontramos, alcanzando el último grado de la iniciación, de repente verá aparecer ante su mirada una belleza maravillosa, esa misma. Sócrates, que se encuentra en la causa de sus esfuerzos previos: la belleza eterna no engendrada ni perecedera, exenta de disminución y de crecimiento…, de la que participan todas las demás bellezas, de tal manera que ni su nacimiento ni su muerte inciden sobre ella, ni disminuyéndola, ni acrecentándola, ni tan siquiera provocándole el menor cambio. Aquello que puede convertirse en el premio a esta vida, joh, querido Sócrates!, es el espectáculo de la belleza eterna... Yo lo pregunto, cuál no será el destino del mortal a quien le haya sido concedida la posibilidad de contemplar lo bello sin mezcla, en su pureza y en su simplicidad, sin el revestimiento de las carnes y de los colores humanos y de todos esos fatuos añadidos condenados a perecer, aquél a quien le sea dada la posibilidad de ver cara a cara, bajo su única forma, la BELLEZA DIVINA... ¿y no será con la contemplación de la Belleza eterna, mediante el único órgano con el que puede ser vista, que podrá engendrar y producir, no apariencias de virtud, ya que no está en contacto con apariencias, sino virtudes reales y verdaderas, puesto que es únicamente a la verdad a quien ama?" (El Banquete, 211 d sg.)

El proceso del Amor platónico se sitúa precisamente en esta búsqueda de la Belleza suprema y sólo él puede guiar nuestros pasos inciertos. "Habiendo venido a parar a este mundo –dice Sócrates en el Fedro- nosotros hemos reconocido la Belleza de manera mucho más clara que todas las demás esencias, gracias al más luminoso de nuestros sentidos: es, en efecto, la vista el más sutil de los órganos del cuerpo y le ha correspondido recibir a la belleza por ser a la vez la cosa más manifiesta y la más amable". ¿Qué más podemos añadir sino que el hombre, durante toda su vida, no hará otra cosa más que buscar UNIRSE a esa belleza desencarnada, inmaterial, que se nos impone por su pureza esencial y primitiva? La búsqueda de lo Bello es un deseo de eternidad, una especie de voluntad de purificación; al hombre no puede aportar más que amor y alegría. Sin ella, el hombre se verá irremediablemente condenado a reptar por el mundo de la realidad sensible. Gracias a lo Bello en sí, simple, puro, sin mezcla y en absoluto mancillado por la carne humana, por los colores y por todo tipo de futilidades mortales, el hombre alcanzará lo Absoluto: su alma irá más allá del propio ser hasta la armonía total, hasta la unidad fundamental.

4. Bellas Artes y Filosofía.- Sería tarea vana buscar en el Platonismo un sistema de estética completamente establecido. No hay más que las bases, esto es, el esbozo de una teoría del arte. La PSICOLOGÍA del artista o la del público son desplazadas por las variadas observaciones sobre el papel moralizador de cada una de las grandes formas artísticas.

Parece claro que la Poesía tiene el sitio de honor en el pensamiento de Platón: siempre a condición que la técnica se asocie a alguna forma de inspiración elevada. Pero, desde este punto de vista, la Filosofía constituye la fuente más álgida, la más fecunda y la más enriquecedora de la Poesía. Sin embargo, la Música instrumental, vocal o coreográfica (puesto que para Platón la danza es un tipo de música) juega un papel esencial en el Estado: es la "salvaguarda" o la "fortaleza" de la Ciudad (La República, IV, 424 d). Para conseguir suavizar las costumbres, la música no debe más que ser refinada o bien compleja. Su norma imperativa será la simplicidad absoluta y gracias a ello el ritmo se PURIFICARÁ al máximo.

De esta manera, la Música se sitúa en un nexo de dependencia total en relación a la Política o a la moral. Los tipos MIXOLIDIO o LIDIO SOSTENIDO serán rechazados por el autor debido a su carácter quejumbroso y deprimente. Los tipos JÓNICO o LIDIO PURO serán demasiado voluptuosos, excesivamente afeminados. Únicamente se mantendrán el DORIO, guerrero y enardecedor, o el PIRGlO, apacible e incluso relajante. He ahí, pues, un antecedente del dirigismo artístico contemporáneo.

Pero, por lo que concierne a la retórica, la sofística, el trampantojo, lo falso, o lo ilusorio, Platón lo considerará indigno de formar parte del arte. Y ello es así debido a que la Pintura es considerada por Platón como la más peligrosa de todas las formas artísticas. Según él, es preciso rebuscar en nuestros antepasados la Pintura ideal y perpetuar los modelos que ellos nos han legado.

En Las Leyes, el portavoz de Platón afirma: "Allá en Egipto se hace pública una lista de las obras de arte expuestas en los templos y no está permitido, ni tan siquiera se autoriza a los pintores, ni a aquéllos que reproducen cualquier tipo de figuras, innovar ni imaginar nada que no sea conforme a la tradición ancestral. El visitante encontrará allá objetos pintados o modelados hace diez mil años, y no es ésta una cifra exagerada sino la estricta verdad; esos objetos no son ni más bellos ni más feos que los de hoy, simplemente han sido hechos siguiendo las mismas reglas". Y todos los interlocutores presentes, a su vez, aplaudirán después ante "esa admirable obra de arte de la legislación y de la política".

Ferviente partidario del arte hierático, Platón rechaza el derecho ciudadano a poder cultivar cualquier tipo de modernidad. En la disputa latente entre los Antiguos y los Modernos, Platón siempre tomará partido a favor de los Antiguos y contra los Modernos. Y eso es así porque nuestro autor condena en bloque los PROCEDIMIENTOS técnicos pictóricos en los que, aparentemente, las imágenes guardan un sentido pero que, en cuanto se observan los diversos colores desde una mayor cercanía, todo se desvanece. De lejos se observan las superficies que vagamente representan una colina, un puente, árboles, fruta; de cerca no quedan más que masas informes que no se parecen a nada. La Pintura casi siempre es fuente de errores: INDISTINTA de cerca,

ENGAÑOSA de lejos.

Contrariamente, el Teatro, la Escultura, la Arquitectura son formas artísticas que participan mucho más del principio supremo: en todas partes la belleza es definida mediante la medida y la armonía, esto es, mediante la SATISFACCIÓN que sólo se podría calificarse como ESTÉTICA. Este tipo de placer viene dado gracias a una MEDIDA, que no es en absoluto matemática, sino completamente SUTIL, viene dado por una emoción relacionada con la búsqueda intelectual desinteresada.

Serán cosas bien distintas el concepto de medida en el campo de las ciencias (véase sobre esto el Filebo, 51, b y La Política, 284 a), que es completamente grosero y desposeído de placer, y el de la Métrica del arte, que rebasa la medida científica sublimándola.

Igualmente, desde cualquiera de los lados que consideremos el Platonismo, llegaremos siempre a obtener como resultado una mezcla de Ideas cardinales, una unidad de volúmenes diferentes: "Aquel que se expresa bien es bueno y bello", dice el Teeteto. "Es hermoso razonar rectamente (...) El razonamiento verdadero, la Ciencia y todos los razonamientos que de ella se desprenden son hermosos y buenos". En la ciencia, en la acción o en el arte podemos ir encontrando la armonía suprema del conocimiento perfecto. Lo Bello es dado igualmente a todos aquellos que se mantienen en los límites de la buena naturaleza.

Sin embargo, no hay que pensar, como Robin ha demostrado claramente, que Platón tenga del Arte "una concepción intelectualizante y moralizante, a partir de la cual, en términos generales, se han ido nutriendo esas obras que resultan tan frías como aburridas". No, el arte, para Platón, forma parte de una búsqueda espontánea, natural, sana y sincera; el arte es un descubrimiento. Consiste en buscar la armonía, o en encontrar el esplendor que todos poseemos, perdido en las profundidades de nuestra existencia anterior.

5. La esencia del Arte.- En Platón, la filosofía del Arte es el propio pensamiento de la trascendencia. Lo Bello no se da en absoluto en el ámbito de la vida. No existe aquí abajo: Está allá arriba, o incluso más allá del mundo. Es indispensable buscar la manera de proceder siguiendo lo más fielmente posible las esencias o las ideas; es necesario ser partícipe de los arquetipos de los objetos para poder sentir la belleza más escondida. Sin esa búsqueda dialéctica de lo Bello absoluto, sin la iniciación en los MODELOS eternos, que se nos hacen presentes gracias a la doble visión que nosotros poseemos debido a nuestra vida previa, jamás podríamos ser capaces de comprender la belleza de las cosas. La esencia del Arte se encuentra situada en ese Paradigma, en esa COMPARACIÓN con la Belleza eterna que ilumina el mundo estético, de la misma forma como el sol ilumina el mundo terrestre, o como el Nous ilumina nuestro pobre entendimiento. Lo Bello-en-sí es intangible, pero es preciso que intentemos acercarnos lo más posible a él.

Aquellos que han conseguido verlo desde una mayor proximidad son aquellos a los que precisamente más debemos admirar, debido a la PERFECCIÓN FORMAL de su trazo, de su dibujo, de su sonido. Lo arcaico a menudo resulta ser lo auténtico, en el ámbito de la belleza; ahora bien, el innovador será siempre el embustero. Y esto es así porque la experiencia acumulada durante diez mil años es irremplazable. Debemos imitar a los genios más antiguos, dejándonos ayudar por nuestro propio gusto, sin abandonar jamás la búsqueda del Modelo; ese seguirá siendo el medio más seguro para conseguir alcanzar la Belleza. Para Platón, Progreso es sinónimo de decadencia. En la Política como en el Arte, su actitud es la del CONSERVADOR. Por ello, no podemos sino suscribir cada una de las palabras de P. M. Schuhl:

"Sea cual sea la distancia que separa a las bellezas terrestres de la Belleza verdadera, aquellos que la han visto brillar con un resplandor incomparable, entre todas las ideas del mundo supra-terrenal, ellos serán quienes podrán ser capaces de reconocerla entre las bellezas de aquí abajo, las cuales no llegan a ser más que su imitación lejana y degradada."

II. El Aristotelismo

Aristóteles (384-322), en muchos puntos pudo haberse distanciado de Platón, como lo hizo Malebranche respecto de su maestro Descartes. Pero, en términos generales, no resulta equivocado decir, al menos por lo que hace a la Estética, que el Aristotelismo se presenta como una sistematización del Platonismo.

Es muy probable que Aristóteles llegara a escribir un Tratado sobre la belleza. Diógenes Laercio así lo afirma (IV, 1) y el propio Aristóteles así lo deja entender (Metafísica, XIII, 3). No obstante, no nos ha llegado más que un fragmento de una obra más extensa, la Poética, y un texto bastante técnico, y a menudo sin mucha relación con la Estética: la Retórica. La idea que se desprende de todo ello resulta mucho más clara que las propias intuiciones platónicas:

"Un ser o una cosa compuesta de partes distintas no puede ser bella más que estando sus partes ordenadas según un determinado orden y teniendo, además, una dimensión que no puede ser arbitraria, puesto que LO BELLO CONSISTE EN EL ORDEN Y EL TAMAÑO" (Poética, VII).

Platón nunca definió con exactitud qué entendía él por Belleza. Aristóteles, sin embargo, no duda en la caracterización pero, en el fondo, entre el criterio platónico de la armonía y la medida y la definición aristotélica del orden y el tamaño, no hay realmente más diferencia que entre lo implícito y lo explícito, entre lo indefinido y lo delimitado.

Aristóteles completa su definición refiriéndose a la determinación, la simetría y la unidad. De esta forma, lo bello será para Aristóteles la ordenación estructural de un mundo presentado bajo su mejor aspecto. No se trata tanto de ver a los hombres tal como ellos son sino tal como deberían ser. "La Tragedia consiste en la imitación de aquellos individuos que tienen MÁS GRANDEZA que los demás, o que son mejores que la media común" (Poética, XV).

Según una tradición considerada errónea, Aristóteles definió el arte como LA IMITACIÓNDE LA NATURALEZA. Eso es totalmente falso; Aristóteles insiste, al contrario, en que el Arte se sitúa siempre POR ENCIMA o POR DEBAJO de ella: Precisamente, en la Naturaleza no vamos a poder observarlo jamás...

"La diferencia entre la comedia y la tragedia consiste en que ésta quiere representar a los hombres mejores de lo que son, mientras que aquella los mostrará más viciosos de lo que en realidad son." (Poética, II)

Aquello que es propio del arte será, por lo tanto, la DESNATURALIZACIÓN de la naturaleza; el rebajar o exaltar al hombre; esto es, el establecimiento de una IMITACIÓN CORRECTORA, de una transposición.

Así pues, Platón y Aristóteles se pondrán de acuerdo al afirmar lo útil e incluso indispensable que resultará el mantenimiento en la fábula de la máxima simplicidad, de la verosimilitud, y de la utilización de la regla de la TOTALIDAD BIEN ESTRUCTURADA, orgánica, COMO SI FUERA UN SER VIVO. Ambos buscarán la superación, la perfectibilidad; conseguir que los personajes resulten más bellos de lo que son en la realidad, que sean demasiado bellos para ser reales. Ambos buscarán el modelo del Arte en la Belleza universal y necesaria, absoluta e ideal.

Pero aquí se acabarán las analogías. Platón verá en la Idea de lo Bello-en-sí un principio que TRANSCIENDE al yo y al mundo, un arquetipo eterno, una forma pura externa a la razón que la concibe.

Aristóteles no concebía más que un modelo inmanente al espíritu humano, en el que el objeto no podrá existir fuera de nosotros mismos. Para él no existirá un ideal supra-humano o ultramundano. Todo está dentro de nosotros. El ideal se encuentra en el propio hombre. "No buscamos lo útil y lo necesario más que teniendo en cuenta lo bello", dice Aristóteles (Política, VII, 12, 8). Pero esa belleza constituye una unidad con la razón humana. "El arte es una determinada facultad de producir, dirigida por la recta razón" (Ética a Nicómaco, VI, 3), afirmará el discípulo disidente del Maestro de la Academia. Sin embargo, ese tipo de PRODUCCIÓN acabará siendo más una intuición que un descubrimiento. En Platón el arte es descubierto gracias a la reminiscencia de los conocimientos adquiridos anteriormente mediante la participación de las ideas. En Aristóteles, por el contrario, el arte es PRODUCCIÓN creadora de formas nuevas, y sin que ninguna de ellas haya podido ser conocida anteriormente por quien la ha creado. Es precisamente esto lo que permite anticipar en el pensamiento aristotélico el humanismo del Renacimiento y, especialmente, el de Bacon.

Aristóteles delimitará mucho más claramente que Platón el problema central de la Estética: ¿dónde hay que buscar el modelo del Arte? No deberíamos buscarlo en la realidad actual, o en la contingencia del eterno presente, puesto que LO

BELLO ES SUPERIOR A LA REALIDAD. En este punto, Aristóteles es más platónico que el propio Platón y, llevada hasta el extremo, su tesis se irá convirtiendo en los prolegómenos a toda estética futura; LA POESÍA ES MÁS VERDADERA, QUE LA HISTORIA.

La belleza absoluta, regular y ordenada del verso, la comprensión profunda, directa e intuitiva de la que hace gala el Poeta, todo ello convertirá a la Poesía en el primero de los conocimientos: el único "re-conocimiento", tal y como afirmará, veinticuatro siglos después de la Poética de Aristóteles, el Arte Poética de Paul Claudel.

Podríamos intentar mostrar aquí más detalladamente cómo debe concebirse el arte dramático para que pueda provocar el Terror y la Piedad, o de qué manera puede el Teatro realizar aquella DEPURACIÓN de las pasiones, tan imprescindible para el buen orden interior. Ahora bien, según Aristóteles, la Filosofía deberá intentar restablecer completamente el orden, empezando por nuestros propios pensamientos, en los que será de todo punto esencial una correcta ordenación. Aristóteles intentará explicar incluso la delectación artística mediante este procedimiento, aplicándolo de manera parecida. (Problema38):

"Nosotros apreciamos la armonía musical porque es una mezcla de elementos contrarios que se corresponden mutuamente según determinadas relaciones; ahora bien, estas relaciones están ordenadas, y el orden es para nosotros materialmente agradable."

Ritmo, armonía, medida, o simetría, todo se refiere en última instancia al orden. Frente a la crítica platónica, esencialmente dinámica, el pensamiento de Aristóteles construirá categorías estáticas: una se dirigirá atropelladamente y sin método hacia la infinitud de lo Bello, mientras que la otra permanecerá tranquilamente en el ámbito de los parámetros formales y vacíos.

III. El neoplatonismo

Si dispusiéramos aquí de mayor espacio podríamos mostrar cómo el platonismo ejerció una enorme y profunda influencia durante la Edad Media, el Renacimiento y el siglo XVII. En un cierto sentido, todos los grandes "clásicos" y especialmente Bossuet y Boileau aparecerán como unos neoplatónicos extremadamente fervientes en la obediencia de los imperativos absolutos de la tradición, tomando partido por el triunfo de la verdad, de la moralidad, por el respeto a un Paradigma, a un Parangón. "Lo Bello es el esplendor de lo verdadero y del Bien.....” Podríamos citar aquí a todos los estoicos como otros tantos "platonizantes" de obediencia ciega, que querrán "esculpir su propia estatua" mientras establecen una moral estética. Plotino (205-270) definirá la belleza a partir de la unidad, la forma pura y el orden. En los seres, la belleza consistirá en "su simetría y su medida", ya que la vida es forma y la forma es belleza. San Agustín adornará con numerosas variaciones las propias ideas platónicas, mientras que Santo Tomás de Aquino mostrará que en la armonía de lo que satisface (in quod visum placet) podrá encontrarse la satisfacción última y el perfecto reposo del gusto, así como del entendimiento.

El propio Leonardo da Vinci retomará a su vez, junto a Marsilio Ficino, otros temas platónicos. Pero mientras el renacimiento remontará la corriente buscando las fuentes de Platón, Montaigne ira sacudiendo el dogmatismo, haciéndole tambalear. La era platónica cederá el paso a la época del kantismo.

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